En poco se parecen a octubre estas mañanas, mas son mañanas frágiles y saben a corteza de humo campesino, a convicción rural, a incertidumbre en rama y de esta voz de liquen han caído estas hifas sin valor ni sustancia.

-Aurelio González Ovies-

martes, 15 de noviembre de 2011

Tiempo de narvaso



AURELIO GONZÁLEZ OVIES
Es tiempo de narvaso y de garduñas. De nieve en los picachos prominentes. Y de jerséis de lana hechos en casa. Es época de pomaradas mustias y de noches desiertas y extendidas. De confiados raitanes que gorjean en busca de algún fruto y gorriones que añoran el verano y la grana. De abedules y pláganos que incendian el paisaje; de rubor de cerezos y guindales silvestres; de olor a tendejones y a esfoyaza. A desayuno, a pan sincero, a silabario. Y de humo de borrón entre la húmeda faz de la mañana.

Son días de una luz muy verdadera, definitiva y limpia, en el perfil del mundo y en la grandeza azul de las montañas. De una nitidez inusitada en la infecta rutina que nos engulle inexorablemente, en la voraz rutina en la que nadie apenas se detiene ya ante nada. De unos cielos muy altos, con brillantes estrellas, que nos asoman a nuestra finitud. Días que llegan como ya terminados, extrañamente untados en desidia y galbana. Y apetecen el calor del fuego más que nunca y la complicidad de unos visillos. Y el rumor del cariño a nuestro lado. Y el silencio encendido en las horas oscuras y sus lentas estancias. Se nos antojan más las costumbres perdidas, los sabores añejos, los recodos tranquilos, los seres que nos faltan.

Éstas son fechas aptas para acercarse a los recintos del pasado y adentrarse en los preludios del invierno y en las vigas antiguas y el vaho de sus cuadras. Y apropiarse de un cántaro de leche y cenar unos higos con pan blando y buscar en un cuarto algún resquicio inmune de la vida, alguna muestra viva de los muertos, de los años hermosos de la infancia. Y abrir viejos baúles, olvidados al pie de un lecho solo, tantear en los armarios los trajes y las felpas, el jabón y los lienzos, chocar con el perfume a romero y manzana.

Son momentos de levantarse pronto, muy temprano, y atrapar ese albor que jamás volveremos a asumir desde ningún lugar ni desde esta ventana. De caminar sin rumbo, bosque arriba, por entre la quietud de la resignación, por entre los nogales derrotados, por entre los helechos ya vencidos y los quitameriendas pertinaces, por entre la agonía de las zarzas. Instantes más mortales que otras veces, porque traen caducidad y límites, separación muy firme del sol y las cigüeñas, de pétalos y ramas.
(La Nueva España, 9 de noviembre 2011)




jueves, 10 de noviembre de 2011

Luz Ovies Quirós. Responso


Luz Ovies Quirós.
RESPONSO
Si no te llegan mis flores, al menos sí el aroma de estas palabras.

Que estés en el cielo mejor que en la tierra, rodeada de luz y jardines amplios y un balcón de nubes desde donde puedas asomarte y vernos. Ojalá así sea. Que sigas soñando, si soñáis los muertos, con que llegue el día de que estemos juntos, como tú decías, muy tarde, muy tarde, pero para siempre, para nunca más ser ya separados. Ojalá así sea. Y que mientras tanto, mientras nos esperas, seas silbo o hálito o pétalo mismo, halles la salud que no disfrutaste. Ojalá así sea.
Que estés donde estés, con todo lo tuyo, cenizas o huesos, o halo de alma, sientas el descanso y la paz eterna. Y encuentres espacios en los que te inunden briznas de ternura, ráfagas de amor, bálsamo de hijos. Ojalá así sea. Que todo conozca, sea fuego o aire, ilusión o atmósfera, tu benevolencia y ocupes el ángulo que me señalabas en noches oscuras: "mira, mira aquella estrella". Cuántas veces salgo a la noche oscura, cuántas noches miro su oscura presencia, cuántas días percibo un fulgor distinto. Y es porque te siento, porque me titilas desde el firmamento. Eso es lo que creo y lo que me sustenta. Ojalá así sea.
Que hayas abrazado, seas lo que seas, esencia de humo, fracción de paisaje, a todos los tuyos que se fueron antes, a tu tierna madre, a tu padre joven, a tu hermano único, a tus tías guardianas. Ojalá así sea. Y que hayáis hablado, seáis soplo o lluvia o danza muy leve de la grácil nieve, del porvenir todo que no fue posible, de todas las décadas que quedaron huérfanas. Y que estéis unidos, seáis frío o éter, y no conozcáis zonas infelices. Y observéis las vigas de la casa antigua, apoyando olvidos y nombres ausentes. Ojalá así sea.
Ojalá así sea, Luz de mi camino, y no haya en tu entorno más que cielo limpio, superficie blanda, infinitud frágil donde te permitan, seas lo que fueres, rocío o neblina, seguir cultivando tu corazón manso, tus setos de hortensias. Coger los pomelos que ya estén maduros. Podar los rosales que dejaste a medias. Ojalá así sea.
Por aquí las cosas no han cambiado a penas, y la vida sigue más vacía sin ti. Bueno, han crecido un poco el magnolio, el tejo, y están muy altas todas las camelias. Lo sabes. Sospecho que bajas, riegas los recuerdos y nos merodeas. Ojalá así sea.

(La Nueva España, 27 octubre 2010)

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Hoy de nuevo me contradigo


Ya sé que nada vale. Comprendo que es vacío. Entiendo que no quieran sus inútiles cargas. Adivino que a nadie le atraen sus espacios y que todos bajamos a sus solos dominios. Deduzco que es penoso avanzar con su peso. Presiento que es en vano arrastrar sus cadenas. Apruebo que renuncien a engarzarse en sus grillos. Si yo sería el primero que me iría muy lejos, que jamás miraría atrás desde el ahora. Sería yo el primero que rasgaría sus crónicas y arrancaría sus páginas y cortaría sus hilos. El primero entre muchos que ascendería a sus amplios monasterios de soplo y abatiría vitrinas y cofres y tratados. Y prendería fuego a almanaques y archivos.

Y desarraigaría cualquier rebrote súbito y desenredaría su actualidad caduca del posible presente que dejamos a medias, porque a vivir enteros, a vivir plenamente ni queremos del todo ni tampoco aprendimos. Yo, de veras, también estaría dispuesto a no volver jamás, a empezar desde aquí, un vertical camino, una ruta inflexible. Pero hoy, como otras veces, también me contradigo.

Y tantas cosas guarda que necesito a diario, por ver si estando inerte, entre sus trastos lánguidos y su supuesto suelo, me siento algo más vivo. Tantas gratas visiones conserva en sus pantallas, tantos cuerpos borrados separan sus canceles, tantos lugares míos heredaron sus límites que sin querer, queriendo, sí retrocedo y miro. Y revuelvo y rebusco y me adentro en aromas que casi había olvidado. Y con esos aromas me acurruco en su piel, que casi había olvidado. Y al tacto de su piel me resurgen latidos que casi había olvidado. Y cierto, entonces ciertamente, sumido entre lo muerto, regreso a mí, con menos del momento, pero mucho más vivo.

Sé que el pasado es nada, ceniza, polvo, céfiro, añoranza, residuo. Pero en sus alacenas hallo pomos tan viejos, porcelanas tan únicas, botellas tan amables, huele tan suave aún el vello del membrillo. Si abro sus armarios de luna y me introduzco desprenden sus maderas un contexto a familia, sus sábanas un halo a un jabón tan íntimo. Sé que el pasado es humo, lodo, ceguera, frío. Y sería yo el primero en abolir sus leyes, en prohibir sus cuartos confusos y vacantes. Mas, como en otras tantas ocasiones, soy frágil e insidioso, traiciono y me delato, no cumplo y sí predico. Como otros tantos días, me llevo la contraria. Ya sé, cualquiera me dirá, qué estupidez más grande, qué letras más tiradas. Lo sé, es así mi continuo errar al sinsentido.

(C) Aurelio González Ovies
La Nueva España, 24 de noviembre de 2010

viernes, 4 de noviembre de 2011

Atrás, al fondo del vacío


Para Manuel García Viejo

Nada transitable nos queda atrás, Manolo, amigo. Nada con latido. Atrás es nunca, por más que un día haya sido un ahora, por más que fuera entonces y realidad segura. Posee árboles y montañas esbeltas y ríos que transcurren con caudal soñoliento y rebaños que pastan en laderas valladas con luz inverosímil. Y fresnos que dan sombra a la siesta de los antepasados segadores. Atrás es todo, espejismo constante de nuestra trayectoria, perspectiva ilusoria del hoy para el mañana, panorama de sombras. Atrás es siempre, a cada paso, a cada instante, coexistencia muerta de lo que pudo ser y no ha surgido, de lo que acaeció tan noble y pasajero, de lo imposiblemente cierto e inexorablemente huido.

Podrás escuchar mirlos en las proximidades de la mañana. Y verte corretear bajo los avellanos con las piernas heridas por el sol y las zarzas. Y cazar saltamontes y grillos por las cuestas praderas del pasado. Podrás adormecerte en los cuartos pintados de verano y frescor, con balcones abiertos de par en par y el baño de claridad de luna. Podrás, inevitablemente, asomarte a la noche y oler la actualidad del estiércol en julio, pero sin acercarte demasiado a la fragilidad de su apariencia. Sin estirar los brazos y querer abrazar ninguna imagen. Romperías los hilos de la tela de araña que nos une al ayer y caerías de bruces a la vida.

Sentirás a menudo que te llaman tus seres, desde el fondo del humo, desde los almacenes donde se amontonaban los sacos y la escanda, el tinte para luto y abrigos de los difuntos. Escucharás sus pasos sobre las falsas vigas que apuntalan el peso y los pasillos de la extensa memoria. Y al mediodía, los platos y el eco de las tapas de las potas, y el vaho de los pucheros que aún cala en la felpa de las horas y en tu ropa de diario. Los verás como eran, con su carne y sus gestos. Mas déjalos vivir su eternidad, no los avives; si acaso los nombraras, si a ellos te acercaras en exceso, sus partículas leves, como cuando desprende la madera muy vieja el polvillo de huecos y carcoma, desplomarían en ti su falso brillo.

Acudirás muchas veces a rincones perdidos para cualquier futuro y a guardar equilibrio por las piedras y el musgo del reguero inmutable. A fragantes comarcas de manzanos y guindos y sanjuanes. Y en tu gusto y tu tacto se posarán el volumen intenso de la hierba cortada, la personalidad de las cerezas, la mansedumbre del arándano, y paladearás el jugo de la infancia, la joven acidez de los deseos. Te allegarás a la edad del bocadillo tierno, al bálsamo del pisto en las cocinas al declinar la tarde. Y querrás que sean ciertos los antiguos sabores, el tocino tostado apretado entre el pan, la blandura del plátano y el dulce elaborado, con lentitud, en casa. Pero no serán más que aromas protegidos en las alacenas del olvido, ramilletes de nada que desecan y sanean tu nostalgia como cañas de arbustos saludables. Remordimientos, bayas agraces muy amargas.

Oirás el cabruño del crepúsculo, el filo mineral de las guadañas, lamentos de venados y cuervos en la hondura del bosque. Mirarás cómo pasa, temprano con los gallos, un autobús de línea, camino al más allá, con viajeros que no habrán de retornar jamás. ¿Todo ha sido tan breve, tan dolorosamente vano, tan corta esta distancia enorme? Y sufrirías un frío como el que se guarece en haciendas vacías, en estancias cerradas, en sus muebles silentes. Pasarán por tus ojos orígenes y entornos. Nada de lo que es de todo lo que ha sido. Y quedarás pensando: vida, ¿por qué fluyes tan rápido? Tierra, ¿por dónde hacia el regreso? ¿Padres, por qué me habéis abandonado? Nada atrás, amigo. Cada después de ahora, cada antes del después, nuevo vacío.

La Nueva España, 4 de febrero de 2009

jueves, 3 de noviembre de 2011

Incertilumbres


¿Cómo será morirse tan temprano? ¿Qué sentirán el día en que se mueren? ¿Se levantan y abren las ventanas, preparan un café, exprimen un pomelo y organizan la agenda? ¿Se asean y se visten, pliegan la ropa limpia, echan alpiste al pájaro, hacen la cama, ordenan los papeles que exigen los asuntos, se asoman por si llueve, cogen lo necesario y riegan las plantas? ¿Salen rumbo hacia dónde? ¿Cambiaría el destino si ese día no salieran? ¿Cruzan con prisa calles y recorren aceras? ¿Se librarían acaso de las garras sin tanta prontitud? ¿Cómo serán las horas últimas cuando nada es probable que suceda? ¿Qué sentirá por dentro un cuerpo en víspera? ¿Qué tocarán las manos cuando estamos inesperadamente ya tan cerca? ¿Verán la luz radiante más triste que otras veces? ¿Se acercarán a árboles, tocarán la corteza que en tantas ocasiones desearon acariciar despacio? ¿Irán hasta el trabajo por calles no habituales, pararán en esquinas que jamás importaron? ¿Levantarán la vista al cielo y apreciarán su altura, azul y melancólica? ¿Romperán la rutina porque hay algo muy hondo como indicio funesto, como avance sin vuelta? ¿Cómo será la vida a un paso de su fin? ¿Qué pensarán los cuadros, las sillas, los manteles cuando en esa mañana uno cierra las puertas y llama al ascensor y se va como siempre y para siempre? ¿Lo sospechan las llaves y las frutas, el reloj y los libros y los quietos imanes de la puerta impasible de la nevera? ¿Notará el cuerpo alguna carga extraña, algún remordimiento nos vendrá de repente? ¿Volarán las palomas con un vuelo distinto? ¿Cómo será posible morirse así de súbito? ¿Para qué nos peinamos y marcamos la página de una novela o escribimos la nota de la compra? ¿Para qué despertamos y escuchamos la radio y aún nos sobresaltan las noticias? ¿Qué dirán los armarios donde calla el azúcar? ¿O qué percibirán los cajones, los grifos, las manillas? ¿Qué pensará la cena que se enfría esperando? ¿Qué opinarán la mesa y las baldosas, los vasos y el tendal, las perchas y las el espejo? ¿Cómo caerá la noche de sola y desterrada? ¿Qué sueños prenderán en esa madrugada a quienes aguardaron hasta el instante en que se desespera? ¿Quién será el que nos llama desde detrás del mundo, desde el más allá de la palabra límite? ¿Adónde dirigirnos al oír su reclamo? ¿Cómo será intuir lo frágil y lo inane y arrepentirse entonces de lo que hemos odiado y combatido en vano? ¿Cómo volver la vista? ¿Habrá espacio y deseos? ¿Habrá ocasión y ganas de oír cómo se vienen abajo el devenir y de cómo se borra el camino hacia casa?



(C) Aurelio González Ovies
La voz de Asturias, 7 mayo 2011